domingo, 18 de marzo de 2012

La noche de Carnaval


Este cuento surge a partir de la escucha de música alusiva a los carnavales de 1950, que realiza el grupo de pacientes de uno de los geriátricos en el que trabajo. Con el fin de devolverles de trabajar la subjetividad arme este cuento junto al Prof. Roberto Lepori a partir de la evocación que la música provocaba. Luego uno de los integrantes del grupo de musicoterapia lo volvió a leer al grupo....

“La noche del carnaval”

Se necesitaban una vida y dos largas piernas para recorrer aquella pista y esa noche de carnaval todo el barrio pensaba en lo mismo. Osvaldo Bertone, más conocido como Washington Bertolin, ya había comenzado a caldear el ambiente con el acordeón junto a su sexteto de jazz cuando apuraba el paso por la Avenida Montes de Oca para encontrarme en el bar “La Banderita”, esquina Suárez, con los muchachos.

Durante el carnaval Barracas se llenaba de vida. Una luz propia emergía de donde tocaban las mejores orquestas. Íbamos de garufa a los bailes todos los fines de semana. Bohemios, Club Sportivo Barracas, Sportman y Terremoto en la calle Osvaldo Cruz –donde también jugábamos al básquet y a la pelota- eran algunos de los que más nos gustaban. El Regatas era otra cosa. Los pitucos practicaban remo por el Riachuelo. Las chiruzas del barrio no se animaban a cruzar con el barquito hacia el otro lado, pero en carnaval… como suelen decir, esa es otra historia.

Nos alborotábamos al saber que veríamos a los grandes artistas. El año pasado habían sido Barry Moral (con sus variados idiomas y múltiples estilos), Di Sarli, Darienzo y Pugliese. Antes del baile solíamos ir al corso de la calle California a ver las comparsas. Este no. ¡Por al lado te pasaba el verdulero disfrazado de arlequín o de colombina la vecina de la cuadra de enfrente!... Los lanza perfumes… cómo olvidarlos, cómo te ardía si una gota te llegaba a los ojos. Yo llevaba pomos de plomo y lanzábamos chorros de agua a las chicas que pasaban buscando trasparentar algunas de sus pilchas.

Mis amigos y yo teníamos esa viveza… Parecía que nos hubieran amamantado con picardía para la astucia felina de la raza femenina. Nos dábamos aire aunque solo éramos un par de moscas que se divertían con el carnanaval. Durante el día parábamos las antenas para ver quien se atrevía a pisar la calle para recibir el baldazo de agua. A la noche para entrar al baile buscábamos la mejor forma de no pagar la entrada.

Una vez –mucho antes de la noche que recuerdo- con los muchachos, los que paraban en la esquina, y mi hermano fuimos al baile enfrente del Balneario Municipal. Había que pagar. Mis amigos encontraron una abertura en el alambrado, se mandaron y me invitaron a colarme con ellos. Pero me abataté por unos minutos y decidí entrar por la puerta grande…¡Cómo me cargaron cuando entré!... Lo que me dijeron. El tarde piaste era la contraseña del castigo para pagar los bebidas en el buffet.

El corso era divertido. Pero el baile de carnaval era especial. Las diez era un buen horario para llegar y relojear un poco cómo venían bailando las naifas del barrio.

Por fin en la esquina Suárez y dentro ya de La Banderita. Esa noche todo pasó rápido. Después de unos vermouth nos fuimos con los muchachos al baile de Branden al 800. El Club Boca Juniors. Mi club.

Todo el mundo estaba en el baile -hasta Juan José Pizuti, el mejor delantero que había tenido Racing hasta ese entonces. Él vivía en el barrio de las casitas iguales, cerca del Parque Pereyra frente a la Basílica del Sagrado Corazón, donde tomé la comunión.

Liria conversaba con Benedicta, la hija de la modista del barrio mientras sus madres conversaban entre sí. Bene, así le decían, tenía la chance de tener dos vestidos por el oficio de la vieja diferenciándose de las otras chicas que solo tenían uno para salir.

- Ah, sí yo baile una vez con él…le dijo Liria

- ¿Bailaste? Respondió Benedicta

- Sí, medio patadura, mejor que se dedique al fútbol que lo hace muy bien, respondió Liria con una cuota de sarcasmo.

Ambas rieron.

También estaba Estela, la esposa del carnicero. Estela era tan buena que preparaba todos los días una bolsita con carne para el puchero de los que menos tenían en el barrio. Loca por el tango, lo había aprendido a bailar con su hermano mellizo que era mi amigo. Una vez Estela fue con nosotros al baile de enfrente de su casa con él ¡un tipo muy celoso! Toda la semana Estela había bailado con la escoba practicando los pasos que su hermano bien le había enseñado. El baile siguió hasta pasadas las tres, pero Estela contra todos los pronósticos… lo vio desde el balcón. Una vez adentro del baile el hermano se puso más celoso que nunca y la obligó a volver al hogar dulce hogar.

Las chicas del barrio eran fanáticas del dancing al igual que los muchachos. En los bailes del carnaval todo el mundo movía el esqueleto, pero la pista se llenaba cuando sonaban los pasodobles de Feliciano Bruneli. Pienso en pasodobles y recuerdo “Sangre y Arena” interpretado por la Hayworth en la película del mismo nombre –¡así narraban los periodistas antes!- en la que actuaba Tyrone Power. ¡La pinta de ese tipo!

No sé si tan linda como Rita, pero en ese baile para siempre especial, y cuando menos me lo esperaba, como un extraño hechizo en medio de la música de Fresedo… la veo a ella. La junaba del barrio, una linda piba. Cuando la vi pensé que si ese hubiera sido el comienzo del matriarcado, ella tendría el poder absoluto. Por ahora tenía la decisión de con quién bailar. Y yo dependía de que sus ojazos, ocultos y no tanto, detrás de un negro antifaz, respondieran a mi seña. Y fue un sí.

Fresedo tenía eso. Nunca recuerdo quién cantaba o si alguien cantaba, pero el fraseo del bandoneón hacía que en mi cabeza se repitieran las palabras… decime quién sos vos… decime dónde vas… y yo, iluso, esperaba que con mi mirada se le trasladara a ella –la dueña del matriarcado, digo- aquello, todo aquello que pensaba… Eso anhelaba mientras Fresedo seguía y de reojo lo veía cómo transpiraba y alentaba a los músicos… y le iba prendiendo al mundo sus cascabeles el carnaval

Quisiera volver a abrazarla y llevarla por la pista… Pero no recuerdo qué pasó esa noche con ella, a veces creo que guardé por ahí su antifaz y nunca más lo volví a encontrar o a lo mejor sólo digo que esos son mis recuerdos pero era otro y yo miraba acodado en la barra saboreando el tercer vermouth… En carnaval uno se permitía ciertos excesos. En secreto me gustaba la Hesperidina. ¿Sabías que fue la primera marca que se registró acá en el país? A lo mejor hablo de esas cosas para no acordarme que ella no se quedó conmigo… no me queda nada… Hubo carnavales en los que también hubo negros, pero ahora no queda nada, y negras… pero no queda nada…

“Esa colombina puso en sus ojeras…”

- Nos quedan la música, los recuerdos y los discos- dijo el musicoterapeuta y se acomodó junto a la vieja fonola para seguir reviviendo los carnavales, mientras en el geriátrico las tostadas llamaban a la merienda…

- Aquella marquesa de la risa loca… ¿Así seguía no? Poné más fuerte. Hoy no tengo hambre… tengo ganas de mirar los surcos de esos discos y pensar que son como las arrugas de mi cara… años y memoria… memoria… se pintó la boca por besar a un clown… cruza del palco hasta el coche la serpentina y nerviosa y fina… como un pintoresco broche sobre la noche del carnavalll…

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